Las camisetas falsas aparecen y desaparecen de las noticias de forma cíclica. Cuando la Policía Nacional incauta 1.300 equipaciones pirata en Tenerife, cuando la Guardia Civil y la Agencia Tributaria intervienen seis millones de imitaciones en Madrid, etc… En los últimos días, de hecho, Kevin Medina, futbolista del Málaga, se ha hecho viral por ofrecerle una camiseta a un aficionado que enseñaba en Twitter una versión falsa adquirida. "Perdón por no tener dinero", se justificaba.
La cuestión suele afrontarse sin gran profundidad, mezclando ética con estética. Un día se alude a la supuesta educación que hay que inculcar en los jóvenes, al siguiente se amenaza con multas imaginarias para el consumidor. Se arrojan cifras que subrayan una obviedad que es causa y solución del problema: la enorme brecha de precio entre producto oficial y copia. La inserción de la camiseta de fútbol en la cultura popular a través de la moda ha reavivado el debate. Las falsificaciones dan el salto a la opinión pública y en el aire flota la idea de intervenir de manera más concreta.
Prohibiciones y Realidades
Por ejemplo, el Sheffield Wednesday advirtió que invitaría a sus aficionados a abandonar el célebre Hillsborough en caso de ser localizados con una prenda no oficial. Bajo el título "brand protection" (protección de marca), el comunicado del club inglés no se desmarcó del habitual registro abstracto que acompaña este tema tan peliagudo, pero sí ofreció un acercamiento novedoso, pragmático, casi policial. Ya en la previa de la Eurocopa, se rumoreó que las autoridades alemanas realizarían controles y multarían a los hinchas que llevasen falsificaciones. El Directorado de Aduanas desmintió una fake news originada en TikTok, pero como ocurre siempre que se discute sobre réplicas ilegales, su portavoz se limitó a recomendar, aconsejar, matizar, puntualizar que es preferible adquirir copias legítimas. ¿Aquí nadie se moja?
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Según diversas estimaciones, fabricar una camiseta supone un coste inferior a 10 €. Promoción, royalties por unidad vendida y transporte sitúan en 20 € la inversión del fabricante, que se asegura un margen promedio del 20% sobre el precio final. El punto de venta puede alcanzar el 30%. Estamos ante porcentajes normales y razonables en cualquier sector. Sin embargo, la cosa cambia radicalmente para el cliente, sobre todo si adquiere una camiseta de alta gama que hoy ronda los 150 € en firmas como Nike o adidas. Asumiendo que unos 35 € estén destinados a impuestos y otros 20 a fabricación y distribución, quedan 95 € de beneficio que se reparten marca, club y vendedor—los clubes aspiran a ocupar dos de estos tres asientos, por eso llevan tiempo potenciando sus tiendas oficiales—. Un reprecio superior al 60% es cuanto menos llamativo, inusual en cualquier industria. La camiseta de fútbol se desplaza al ámbito del lujo. Para desazón del hincha.
¿Las Modas Duran Muy Poco? Absolutamente cierto
De acuerdo con la Oficina de la Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO), España es el segundo país en compra intencionada de falsificaciones, solo por detrás de Bulgaria. El 20% de los consumidores acude a las copias, un número multiplicado por cuatro desde 2019. La clave es la intencionalidad. El 80% de los compradores sabe que perjudica a las marcas y el 84% es consciente de beneficiar a organizaciones ilegales, que han encontrado en las camisetas falsas una actividad extremadamente lucrativa. Es decir, en respuesta a un mercado saturado que minimiza el ciclo de vida de las equipaciones, en respuesta al posicionamiento luxury de los fabricantes deportivos y en respuesta al desarrollo de la ropa ilegítima —tocar para creer—, algunos cometen un pecado venial racional. Es la pescadilla que se muerde la etiqueta: el valor de la camiseta es más alto que nunca, el problema es que su precio corre dando zancadas aún mayores.
El futbolero afronta un dilema ético y estético. Cuando toca elegir, a menudo se impone el simbolismo de la camiseta en abstracto por encima de calidades, acabados jacquard o transpirabilidad de una prenda en concreto. En cierto modo, la camiseta es presa de su propia popularidad. Convertida en icono por la moda y transformada en fast food por la élite, con clubes que visten cada modelo un puñado de veces y diseños que desprenden obsolescencia programada, ¿por qué debería el cliente invertir en un artículo efímero que pasará de moda por sistema? Algunas posibles soluciones, en el penúltimo párrafo.
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La didáctica camisetera nunca está de más. Es la principal razón de ser de esta columna en Relevo. Comprobad etiquetas internas, buscad la referencia de producto en Google, repasad el armario virtual de vuestro dealer, observad escudos y logotipos de marca y no perdáis de vista dorsales, parches y hologramas. Si habéis probado ambas calidades y sois sinceros con vosotros mismos, no hay partido entre la camiseta oficial y la copia.
Pero no desviemos el tiro. En líneas generales, el consumidor toma decisiones conscientes y está sobreinformado. La EUIPO maneja dos datos descorazonadores: el 26% de los europeos piensa que la calidad no es tan importante, dato que asciende al 50% entre los jóvenes, que han sido educados en la cultura del bajo coste textil, el mínimo mantenimiento y el frecuente cambio de armario. Llegados a este punto de nihilismo-utilitarismo estético, me pregunto si consejos como "comprar en páginas conocidas" no serán demasiado ingenuos (tomando al cliente por tonto, justo lo que no es); me pregunto si las referencias a "puestos de trabajo en peligro" o "impuestos que se dejan de ingresar" no serán ineficaces ante un público que sabe que no está obrando correctamente, pero siente que no le queda otra.
Alternativas y Soluciones
¿Tiene alternativas el consumidor o está abocado a la ilegalidad? Más allá de aprovechar las rebajas de final de temporada, intercambiar prendas con coleccionistas conocidos o esperar con paciencia una ganga, conviene observar la diversificación del mercado. Por ejemplo, la marca blanca es una opción estimulante. Se trata de productos oficiales que permiten realizar una aportación mayor a tu equipo sin pasar por ávidos intermediarios. Los clubes están aprendiendo a explotar una categoría flexible que no está sujeta a plantillas de marca ni al reglamento UEFA. La ropa autoproducida (in-house, hecha en casa) se adapta rápido a las modas, acoge simbología retro, facilita el storytelling o reintepreta equipaciones antiguas a un precio accesible. La camiseta de marca blanca se puede conseguir por 35-40€ y representa un sustituto legal, sensato y sostenible de las falsificaciones.
Mirá también:Flick Revoluciona al Equipo¿Por qué invertir en un producto efímero que pasará de moda? Marcas y clubes tienen derecho a fijar el precio, pero también el deber de ser transparentes y responsables. A los clubes cabe exigir que, además, sean moralmente justos y hagan algo por la famosa educación del cliente, quiero decir, hincha. La sostenibilidad de la camiseta pasa en menor medida por los materiales reciclados con los que se fabrica (sin ningún beneficio para el consumidor), como nos recuerdan puntualmente las firmas. Para cambiar la dinámica, urge aumentar el ciclo de vida de la indumentaria. Añadir relevancia. Ideas factibles no faltan. Aquí van algunas. Mantener una camiseta durante dos temporadas, desplazar una alternativa del segundo al tercer lugar del armario en el curso sucesivo, estipular que las ediciones especiales salten al campo un mínimo de partidos o, por qué no, implementar nociones del deporte norteamericano. Los clubes MLS solo tienen dos camisetas, oscura y clara, y lanzan ¡una! equipación por curso, alternando local y visitante. Tener dos camisetas fijas facilita la digestión de las inevitables ediciones especiales, en línea con las Statement, Icon o City de la NBA.
Cuando se habla de falsificaciones, el dedo acusador tiende a apuntar solo al cliente. Pero en el triángulo de amor bizarro formado por club-fabricante-aficionado, todos deben arrimar el hombro. Si las marcas deportivas sueñan con el lujo, tendrán que convivir con el top manta. Si los clubes —en mi opinión, actores principales de esta obra pirata— no impiden que su afición sea tratada solo como clientela, que no exijan fidelidad y canales oficiales. El consumidor también debe mover ficha. Comprar mejor, en lugar de comprar más. Aprovechar los resquicios de la industria. Sentir que sus acciones sí marcan la diferencia, no solo al tacto.