Previo al emocionante choque entre Monterrey y Santos Laguna, el ambiente se tornó tenso en el Estadio BBVA, conocido cariñosamente como El Gigante de Acero. La figura del extécnico Tano Ortiz fue centro de una avalancha de abucheos por parte de la afición rayada, quienes lo hicieron sentir el pulso de su descontento.
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Un momento crucial ocurrió justo cuando el sonido local comenzó la presentación de los jugadores. Al mencionar a Bruno Barticciotto, el público respondió sin mucha intensidad, pero cuando el nombre del Tano Ortiz resonó, fue como si se detuviera el tiempo; el estadio estalló en un ensordecedor coro de abucheos, un grito colectivo que evidenció que el dolor de la afición por la falta de un título aún no se ha desvanecido. Ortiz estuvo al mando del equipo durante más de un año, pero la falta de trofeos pesó como una losa en su espalda.
Esta hostilidad hacia el polémico entrenador tiene sus raíces en un episodio oscuro: la eliminación de Monterrey en la fase de grupos de la Leagues Cup 2024, un fracaso que fue un auténtico golpe bajo tanto para la afición como para la directiva. El equipo, en su afán de resurgir, ahora presume de su nuevo refuerzo estelar, Sergio Ramos, lo que ha añadido aún más presión sobre Ortiz.
El Frío Saludo de los Jugadores
Pero el desdén de la afición no fue el único indicativo del rompimiento con Tano Ortiz. Al inicio del encuentro, algunos de sus antiguos dirigidos se acercaron con la intención de saludarlo, pero el gesto no fue recíproco por parte de los españoles que formaron parte de su plantilla. Este hecho, aunque no se ventiló a la prensa como una discordia formal, dejó entrever que existe un malestar tangible entre ciertos jugadores hacia su antiguo técnico.
El aliento de la afición caló hondo, y a pesar de la atmósfera tensa, Monterrey logró salir victorioso en el terreno de juego, logrando una contundente victoria de 4-2 sobre Santos Laguna. Los jugadores, en una especie de revancha, mostraron que el pasado no se olvida, y que el camino hacia el éxito se forja en cada jugada, cada pase y cada gol. Sin duda, este encuentro dejó una marca imborrable en la historia del fútbol mexicano y un recordatorio de que el amor y el odio en el deporte son dos caras de la misma moneda.
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