Carlos Vela se despide del fútbol con una carrera llena de éxitos en clubes de renombre, dejando una huella distinta en la Selección Mexicana. No por falta de talento, sino por decisiones personales, Vela rechazó participar en dos Mundiales con el Tri. Esta historia, marcada por un punto de quiebre, nos lleva a recorrer su emocionante trayectoria.
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El Ascenso y la Decisión Crucial de Vela
Después de conquistar el título en la Copa del Mundo Sub-17, los astros parecían alineados para Vela. Comenzó con el pie derecho al ser reclutado por el Arsenal, pero fue en la Real Sociedad donde brilló como una estrella fugaz. Con el balón pegado al pie, como si llevara un imán, Vela ganó reconocimiento, pero decidió no unirse a la convocatoria de Miguel Herrera para el Mundial 2014 en Brasil. A pesar de los esfuerzos del ‘Piojo’ para convencerlo, el delantero se mantuvo firme, como un roble en una tormenta.
La Ruptura y la Consecuencia
La relación entre Vela y la Selección sufrió un duro golpe tras el Mundial 2010 en Sudáfrica. En un partido amistoso contra Colombia en Monterrey, un incidente fuera de la cancha desató una tormenta mediática. Una fiesta con otros jugadores lo llevó a una suspensión de seis meses por la Federación Mexicana de Fútbol. Esto sembró la semilla de su distanciamiento, ya que él lo consideró un castigo injusto, como si hubiera sido el chivo expiatorio de la situación.
Regreso y Últimas Decisiones
Después de ese revuelo, Vela reapareció en el Tri bajo el mando de Juan Carlos Osorio, partiendo hacia su segundo Mundial en Rusia 2018. Sin embargo, tras ese torneo, volvió a colgar las botas de la selección, demostrando que su pasión por la camiseta verde no era suficiente para mantenerlo en el ruedo internacional. En 2019, dejó claro que no tenía intención de volver a vestir la camiseta del Tri, un sentimiento que perduró hasta su retiro.
En la cancha, Vela fue un artista del balón, y su legado quedará grabado en la historia del fútbol mexicano, pese a los momentos de desencuentro con el Tri. Su historia es un recordatorio de que, a veces, los caminos más brillantes no siempre siguen la ruta que todos imaginan.
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