La narrativa prometía ser de película: Un delantero británico de espíritu irlandés, que había conquistado Europa con el Liverpool, se veía en un pub londinense examinando un mapa de España y tratando de ubicar una ciudad llamada Osasuna, con una pinta de cerveza en mano.

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A partir de ese punto, la historia solo podía mejorar, y así fue. La llegada de Michael Robinson a Osasuna en enero de 1987 fue una sacudida para el fútbol español. Aunque las expectativas en el campo se vieron truncadas por una lesión que lo llevó al retiro, Robinson colgó las botas y se colocó frente a la cámara, modificando para siempre el estilo de contar el fútbol.
El desconcierto de las primeras horas en Pamplona
Con su llegada a Pamplona, las primeras impresiones de Robinson fueron memorables. ‘¿Dónde me he metido?’, seguramente pensó, al no conocer más que tres palabras en castellano: «hola, adiós y cerveza», como él mismo confesó más tarde. Al llegar al hotel dispuesto por el club tras un viaje desde el aeropuerto de Bilbao, lo recibió un elegante hombre canoso al que no comprendía; era Pedro Mari Zabalza.
El entrenador-hotelero
«Era un caballero distinguido que no hablaba inglés. Me dijo que era el director del hotel y también el entrenador de Osasuna, pero en aquel momento no lo entendí», relató Robinson años después. «Me indicaron que al día siguiente, a las once de la mañana, debía presentarme para entrenar». Al llegar al complejo deportivo de Tajonar, la confusión continuó. Sorprendido al ver al mismo director del hotel vestido con ropa deportiva y jugando al balón, Robinson pensó: «Este hombre ha venido hasta aquí a supervisar mi primer entrenamiento… será posible».
De Liverpool a Pamplona, un cambio de vida
El periplo de Robinson por Pamplona fue breve pero intenso, dejándolo marcado para siempre. Robinson disputó 58 partidos y anotó 16 goles durante dos temporadas y media. Este tiempo fue suficiente para que decidiera echar raíces en España. Tras colgar las botas en enero de 1989, se transformó de jugador a una de las voces más queridas en la televisión española, compartiendo su sabiduría de fútbol con una ironía británica aderezada con frescura española.

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Una adición al Salón de la Fama televisiva
Pese a no ser un maestro de ninguno de los dos idiomas, Robinson cautivó al público. Decían que los ejecutivos insistían en que pasara tiempo en Inglaterra para preservar ese característico acento inglés. Sin embargo, Robinson sentía su espíritu profundamente español, un sentimiento que reforzó con humor al recordar: «Mi madre era insuperablemente graciosa. Tras un año aquí, le comenté en broma: ‘Mamá, ¿estás segura de que no tuviste un romance con un español?'».
En cualquier caso, su salida de Osasuna no fue un cuento de hadas. Se sometió a una operación de rodilla a instancias del club, una decisión que lamentaría. «Fue una cirugía innecesaria que dejó su marca. Seis semanas después de regresar al campo, quedé cojo», relató con sinceridad.
La reconciliación final
Aunque su relación con el club navarro atravesó momentos tensos, especialmente cuando negó a su hijo la oportunidad de salir al campo con el capitán de Osasuna, el tiempo calmó las aguas. En 2021, un año tras su fallecimiento, el club le rindió homenaje al nombrar la sala de prensa de El Sadar como «Sala Michael Robinson», eternizando el legado de un británico que llegó atraído por la magia y calidez del fútbol español, y que, como dicen, encontró su verdadero ‘hogar dulce hogar’ bajo el sol español.
