¿¡Qué noche, cuervo querido!? Finalizó una racha infernal de ocho meses sin conocer la victoria fuera de casa. ¡Sí señores, San Lorenzo rompió ese hechizo y lo hizo con todas las luces! Doce partidos de este año pasaron sin un triunfo como visitante, pero al fin, la niebla se disipó y apareció el rugido del Ciclón.
El fin de la sequía
La espera fue larga, pero el sabor del triunfo como visitante fue extraordinario. Desde la última victoria fuera del Nuevo Gasómetro, parecía que llevaban una mochila de plomo. Pero anoche, ¡qué chorros de emociones se vivieron! El Ciclón se convirtió de repente en una tormenta imparable.
Momentos de pura magia y nervios
Desde el minuto uno, San Lorenzo salió al ruedo con el cuchillo entre los dientes. Apenas arrancó el partido, ya era posible notar que los muchachos de Boedo estaban decididos a cambiar la historia. Hubo una jugada que fue como una pintura de Da Vinci: un pase milimétrico de Ortigoza dejó al delantero cara a cara con el arquero rival. ¡Qué locura, qué precisión! Todos los cuervos sentados al filo del asiento.
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En el segundo tiempo, el técnico decidió hacer algunos cambios tácticos que, en un principio, dejaron a más de uno rascándose la cabeza. Pero ¡qué ojo de águila tuvo el DT! El recambio fresco trajo la energía necesaria para mantener el empuje.
- El gol salvador: Una jugada de pizarrón que culminó con un remate impecable, ¡justo al ángulo! El arco rival se hizo añicos y los abrazos en el banco de suplentes no se hicieron esperar.
- Defensa de hierro: Como si se tratara de un muro inquebrantable, la defensa del Ciclón se mantuvo firme, desbaratando cada intento de ataque contrario.
El corazón cuervo
Al sonar el silbato final, ¡explosión de júbilo! La hinchada, que se hizo sentir a pesar de la distancia, vivió una fiesta inolvidable. Los jugadores se abrazaban, se besaban el escudo, y no faltaron las lágrimas de emoción. La mala racha como visitante quedó en el pasado y ahora San Lorenzo vuelve a soñar con alcanzar grandes cosas.
A disfrutarlo, pueblo azulgrana, porque estos momentos demuestran que nunca hay que bajar los brazos. ¡Vamos, Ciclón querido!
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