No hay dudas de que River Plate, el gigante de Núñez, atraviesa un momento para el olvido. En una tarde que prometía ser el debut del equipo en la Copa Argentina, se estampó contra el muro de Defensores de Belgrano, pero no fue eso lo que realmente encendió la mecha de la debacle. En su encuentro contra Riestra, el equipo de Gallardo llegó a una marca negativa histórica al cierre del primer tiempo. ¡Y la tristeza de los hinchas se sentía como un eco en las gradas!
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Un primer tiempo para el olvido
Las cosas no arrancaron de la mejor manera. Río de la Plata brillaba en su lujosa blue sky, pero en el campo de juego, las cosas se oscurecían rápidamente. Desde el silbato inicial, River mostró una cara que dejó mucho que desear. La pelota parecía un ladrillo, y los jugadores, más cerca de un bailesito desafinado que de un buen juego. El primer tiempo fue un verdadero collage de errores y falta de conexión. ¡Cómo duele verlo!
La primera gran oportunidad llegó a los 25 minutos, cuando un hermoso centro de Palavecino encontró a Borja, pero su cabezazo fue tan desviado que podría haber aterrizado en la platea. A partir de ahí, los murmullos en la hinchada aumentaron, y las caras largas se multiplicaron. Pero la frutilla del postre llegó con el gol de Riestra, que, sin merecerlo en el trámite, anticipó y aprovechó una distracción defensiva. ¡Zas! Un gol que sonó como un balde de agua fría en la multitud.
Un segundo tiempo, un respiro en medio del caos
Con el 1-0 en contra, el segundo tiempo se presentó como un desafío monumental. Los hinchas se levantaron de sus asientos, aún con la fe intacta, pero el reloj corría en contra. Cada pase erróneo de los millonarios era un puñal en el corazón de los seguidores. La frustración se palpaba en el aire. “¿Qué les está pasando?”, se preguntaban los aficionados, mientras la gente se pasaba la mano por la cabeza en cada jugada fallida.
A medida que avanzaba el partido, se notó un pequeño atisbo de reacción por parte de River. Salieron a la cancha como leones heridos, buscando revertir la situación. Sin embargo, la precisión seguía siendo esquiva, y aunque lo intentaron con ahínco, el arco rival parecía estar cubierto de una maldición; cada remate era como tirar un río de esperanzas a la basura.
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A poco del final, al ritmo de “Vamos River, vamos a ganar”, los hinchas comenzaron a alentar con más fuerza, como si su aliento pudiera cambiar el rumbo del choque. Pero, lamentablemente, el tiempo no les dio para más. El pitido final resonó como un lamento en el Monumental, dejando a todos preguntándose qué sucedió con ese equipo que solía ser sinónimo de gloria.
El resultado fue una marca amarga en la historia de River Plate, algo que jamás hubiéramos imaginado. Ahora, la misión es recuperar la esencia y el brillo. Porque, claro, “al que no llora, no mama”, y los hinchas están decididos a seguir apoyando hasta dar todo en la cancha. ¡Vamos, Millonarios! Es hora de reponerse y volver a rugir.
