En un partido de esos que te dejan el corazón latiendo como un tambor en una murga, Exequiel Palacios se lució con un golazo que dejó boquiabiertos a propios y extraños. Pero lo que realmente marcó la diferencia fue lo que sucedió fuera de la cancha. Después del pitido final, el mismísimo Juan Román Riquelme, el ídolo eterno de Boca, levantó el teléfono y llamó a Palacios para felicitarlo. «¡Estaba feliz y me felicitó!», reveló el joven jugador con una mezcla de orgullo y emoción que se le escapaba por cada poro.
El Gol que Hizo Hablar al Mundo
El partido estaba tan caliente como una pizza en horno de barro. Riquelme, desde su lugar en la directiva, observaba cada movimiento. Minuto tras minuto, la tensión era un pulso eléctrico, y en un abrir y cerrar de ojos, Palacios se desmarcó con la agilidad de un gato montés. Un pase filtrado, una gambeta que dejó a los rivales como estatuas de sal, ¡y zas! La pelota acarició la red con la suavidad de una caricia materna. En ese instante, el estadio explotó como una olla a presión desbordante de euforia.
Un Llamado con Sabor a Gloria
Riquelme, siempre atento y analítico, no tardó en expresar su admiración. El llamado resonó tanto como un carnaval carioca en pleno invierno. Palacios, emocionado, contó que Román le habló con la calidez de un mentor que arropa a su discípulo: «¡Un orgullo verte dejar todo en la cancha!», le dijo, casi como un padre orgulloso.
La Reacción del Vestuario
En el vestuario, el ambiente estaba electrizado. «¡No es para menos!», decían sus compañeros, aún con el eco del gol reverberando en sus oídos. Aquella felicitación española tuvo la fuerza de un grito libertador en el medio de la cancha. La charla entre risas y abrazos reflejaba la satisfacción de un trabajo bien hecho, en el que cada jugada había sido una obra de arte viviente.
En conclusión, Palacios vivió una noche mágica, donde el fútbol y la emoción se mezclaron en un cóctel explosivo de sensaciones. El llamado de Riquelme no solo puso la cereza al pastel de su actuación, sino que también confirmó que en el fútbol, como en la vida, los sueños se pueden tocar con las manos, o con un simple pero significativo «¡Gracias, pibe!».