La marea futbolera desbordó en Rosario, donde el encuentro entre Newell’s Old Boys y Boca Juniors tuvo más ingredientes que un puchero bien hecho. Desde el pitazo inicial, la adrenalina se sentía en el aire como el viento en la cara de un jugador que deja todo en la cancha. Ya desde el primer tiempo, Newell’s tuvo el control, pero se olvidó de cerrar la cerrajería y dejó escapar oportunidades de oro. ¡Qué locura!

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Los leprosos se mostraron imponentes, pero entre el desespero y la emoción, fallaron en convertir. ¡Era cuestión de segundos! La hinchada rugía cada vez que se acercaban al área, y una sensación de «¿no se puede creer?» invadió el estadio cuando sus arremetidas se fueron al limbo. El destino les hizo un guiño a los rosarinos, pero los goles no llegaron. Y cuando parecía que el destino se ponía de su lado, el infortunio se hizo presente.
Ander Herrera, ecuador de las ilusiones
La desgracia siempre acecha, y fue así como Ander Herrera, figura del partido, se vio obligado a abandonar el campo antes de tiempo. Su rostro, una mezcla de determinación y desconsuelo, decía más que mil palabras. Mientras los camarines se llenaban de inquietud, los jugadores se preguntaban si la suerte les daría una mano. Pero el fútbol, caprichoso como pocos, les jugó una mala pasada.
El penal que hizo temblar La Bombonera
Para darle más dramatismo a la fiesta del fútbol, Edinson Cavani, el tanque uruguayo que llegó para enamorar a la hinchada xeneize, se encontró en el centro de la tormenta al fallar un penal que podría haber cambiado el rumbo del partido. La ansiedad se palpaba como una ola en la tribuna, y cuando el árbitro señaló la falta, los corazones se detuvieron. Con el grito de gol en la garganta, Cavani se plantó frente al arquero. El rugido de la hinchada se transformó en un silencio sepulcral. ¡Plaf! El balazo de Cavani se estrelló contra el travesaño, dejando a todos con el alma en un hilo.
Los hinchas de Boca, que habían resoplado de esperanza, se sintieron como si un ladrón les hubiera robado un sueño. La actuación del goleador, que en otras noches podría ser heroica, fue ahora motivo de lamentos y suspenso en el aire. Entre caídas y desesperación, el bocinazo final resonó y dejó a todos con sabor a poco. Rosario se llevó un empate que, aunque no es lo que se pretende, esconde promesas de una nueva batalla.

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El cierre de este partido será recordado como un puñal en el pecho, donde las ilusiones fueron muchas, pero las certezas, pocas. La locura del fútbol argentino nunca decepciona y así, entre lágrimas y risas, cada jornada se convierte en una historia épica. ¡Hasta la próxima, porque esto solo fue un capítulo más de esta hermosa locura llamada fútbol!
