En una tarde para el olvido, donde el césped del Cilindro se sintió más pantanoso que nunca, Racing Club perdió la brújula en un partido que dejó a más de un hincha sin aliento. Desde el pitazo inicial, el equipo nunca logró encender su motor y el desgaste fue evidente. Ese tiro desviado, esas pelotas sin destino, parecían fantasmas que acechaban a cada uno de los 11 de La Academia.
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El partido que nunca arrancó
¡Ay, Ay, Ay! Desde el primer minuto, el equipo dirigido por Costas y Arias quedó atrapado en una telaraña que los rivales tejieron con maestría. Una tormenta de jugadas fallidas se desató en el estadio. El mediocampo fue un mar revuelto, y los delanteros estaban más perdidos que pulga en perro grande. Los estrategas del equipo, Costas y Arias, enfrentaron el micrófono con rostro adusto y sinceridad brutal: «No estuvimos nunca en el partido», confesaron, mostrando la herida sin miedo, como un capo de barrio que acepta sus tropezones.
Una defensa que hizo agua
Lo que se vio en la cancha fue un colador, una defensa que hizo agua por todos lados. Los rivales entraban al área de Racing como Pedro por su casa, dejando al arquero más solo que un perro en un baile. ¡Ufff! ¿Y qué decir de los ataques? Remates que fueron balas de cebita en lugar de misiles y oportunidades que se evaporaron como agua en el desierto.
La autocrítica que da esperanzas
Sin embargo, no todo es tristeza, querido lector. Esta caída libre despertó el espítitu combativo de nuestros gladiadores. Costas y Arias, lejos de buscar excusas, se plantaron frente a la prensa con el pecho erguido, reconociendo cada error con la esperanza de renacer más fuerte. «Vamos a darle vuelta al destino«, prometieron, y uno no puede evitar emocionarse con la idea de un equipo que vuelva a rugir como león en esta selva de asfalto. Es cierto que el cielo sobre Avellaneda hoy se ve un poco más gris, pero la ilusión nunca muere.
En resumen, la derrota fue amarga, pero dejó una enseñanza que se siente en los huesos. La afición, junto con Costas y Arias, augura un futuro donde el Ciclón vuelva a soplar. ¡Vamos, Academia, que de peores tormentas hemos salido!