El Gigante de Alberdi se vistió de gala y vibró como un tambor desafinado en la última edición del Clásico cordobés, donde Belgrano y Talleres protagonizaron un espectáculo digno de un escenario internacional. Un duelo que se prometía épico y que, a pesar de no tener un ganador, dejó un reguero de emociones y la pasión desenfrenada de dos hinchadas que no conocieron la palabra "tiempo muerto".
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Un Primer Tiempo de Fuego
Desde el pitazo inicial, el clima se podía cortar con un cuchillo; se palpaba la tensión en el aire. Belgrano saltó al campo con una garra que hacía años no se veía y lo demostró en cada jugada. Apenas a los 10 minutos, una jugada por banda izquierda encendió el corazón de los hinchas locales. ¡Dale, Belgrano! parecía resonar en cada rincón. Un centro preciso encontró a su delantero estelar, quien, con una acrobacia digna del Cirque du Soleil, casi manda la pelota al fondo de la red. Pero el magistral arquero de Talleres se lanzó con la gracia de un felino y evitó el grito sagrado. ¡El estadio estalló en un suspiro!
Sin embargo, la "T" no se iba a quedar atrás. Con una serie de ataques vertiginosos, lograron poner a prueba la defensa pirata. Justo antes del descanso, un derechazo potente de su atacante estrella dejó al arquero del Belgrano con los ojos como platos. Pero el travesaño dijo "no" y los dos equipos se marcharon al vestuario, con un empate que no conformaba a nadie.
Segunda Parte de Infarto
El segundo tiempo se presentó como una montaña rusa de emociones. Talleres volvió al ataque con más ímpetu que un torrente desbordado. A los 60 minutos, un tiro libre ejecutado con precisión milimétrica hizo vibrar el travesaño, mientras los aficionados respiraban en colectivo: “¡Ay, Dios mío!”. La locura fue tal que algunos hasta se atrevieron a creer en el milagro.
Belgrano, con el corazón en la mano y el aliento de su gente empujando, sacó fuerzas de flaqueza y comenzó a jugar como si no hubiera un mañana. En una jugada colectiva digna de los mejores elencos del mundo, pasaron la pelota de pie a pie, hasta que un grito ahogado se oyó en el aire: “¡Es ahora, muchachos!”. Pero la defensa de Talleres, como un muro de contención, absorbió cada embiste con una solidez inquebrantable.
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El pitazo final sonó como un eco lejano y el juego terminó 0-0, pero en el corazón de los hinchas quedó grabada la entrega sin límites de ambos equipos. Fue un choque que dejó un sabor a poco pero una emoción indescriptible, porque en el fondo, el verdadero resultado fue la pasión desbordante que solo un Clásico puede ofrecer. ¡Hasta la próxima, amigos, que esto no termina aquí!
