En el corazón de Rosario, en un barrio que late al ritmo del fútbol, se forjó la leyenda de un pibe que transformaría la magia de la pelota en poesía: ¡Ángel Di María! Desde su paso por Rosario Central, el “Fideo” no solo dejó su huella en el césped, sino que se llevó consigo el amor y la pasión de una hinchada que lo eligió como propio.

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Los Primeros Pasos de una Estrella
Di María llegó al club en 2005, cuando apenas era un adolescente de apenas 17 años, listo para comerse el mundo. Con su cabellera al viento y esas gambetas que hacían suspirar hasta al más duro, pronto se convirtió en el ídolo de la hinchada. En el Gigante de Arroyito, la ovación resonaba como un trueno cada vez que tocaba la pelota. ¡Qué maravilla verlo jugar!
En ese campo sagrado, hizo de las suyas. Con cada pase, cada desborde y cada gol, el Fideo se ganaba el corazón de todos. Fue el que desnudó las defensas rivales, el que encendió la llama de nuevas esperanzas en el equipo. Un día, con un golazo de aquellos que queman redes, casi levitando por el aire, dejó claro que en el fútbol hay magia. ¡Brillante!
Jugadas para el Recuerdo
Recuerdo una tarde en que el sol caía a plomo sobre Arroyito. La rivalidad estaba en su máxima expresión y la hinchada no paraba de alentar con el pecho inflado. Di María recibió la pelota cerca del área, maniatado entre defensores como si fuera un mago escapando de un ataúd. ¡Cruzó, giró y disparó! El grito de gol se sintió en cada rincón de Rosario, un momento que quedó grabado a fuego en la memoria de todos.
Pero no fue solamente su talento para el gol lo que deslumbró. Cada jugada de Fideo estaba impregnada de garra, de esa entrega tan característica de un verdadero canalla. La chiquita, ese juego en equipo donde pasaba y corría, creando espacios en la defensa rival, dejó a muchos boquiabiertos. Era un ladrón de balones y, a la vez, un regateador incansable que sabía cómo hacer magia con cada toque.

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El Viento de Cambios
Su tiempo en Rosario Central fue solo el principio de una carrera que lo llevaría a ser uno de los grandes del fútbol mundial. Pero aquí, en el hogar que lo vio nacer futbolísticamente, siempre habrá un rincón especial para él en los corazones de los hinchas. Di María se fue a conquistar Europa, pero jamás olvidó sus raíces. Como un ave fénix, cada vez que vuelve, resurge la nostalgia por aquellos días de gloria.
Así que, queridos lectores, cada vez que vean a Di María lucir la celeste y blanca, recuerden que la historia comenzó en Rosario Central, donde un pibe con un sueño inmenso empezó a convertir la magia del fútbol en una realidad palpable. ¡Ese es el legado del “Fideo”! ¡Y que siga brillando por muchos años más!
