River salió al campo con ganas de llevarse a Instituto por delante, pero, ¡ay de mi querido Gallardo!, parece que los jugadores dejaron el corazón en los vestuarios. A pesar de conseguir los tres puntos, el Muñeco no salió del todo contento tras la victoria, y lo expresó con su característico fervor que electriza hasta a las piedras.
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Un triunfo con sabor a poco
La noche pintaba prometedora en el Monumental, con todos expectantes de ver a River desplegar su fútbol como un cantante de tango que desliza cada nota como si fuera la última. Sin embargo, el equipo de Gallardo salió un poco desajustado, como un auto con una rueda floja.
Con el pitazo inicial, River quiso imponer su ritmo, pero se encontró enredado en su propio laberinto. A pesar de la posesión, el Millo no lograba encontrar los caminos al gol, pateando con la sutileza de una mariposa pero sin el fuego necesario. El entrenador no se anduvo con vueltas: «No me gustó el partido que hicimos», dijo enfáticamente, como quien suelta un trueno en medio de la calma. El equipo logró la victoria, sí, pero con un juego que dejó más preguntas que respuestas, como un crucigrama sin resolver.
Jugadas que pudieron ser y no fueron
River, acostumbrado a rugir en cada jugada, parecía sobre el césped un león sin ganas de cazar. Las oportunidades nacían pero no florecían hasta el final, como si estuvieran jugando al escondite con el arco rival. La defensa del Instituto se mantuvo firme, exhibiendo una muralla casi romana que los millonarios no pudieron derribar con facilidad.
Hubo un par de jugadas que hicieron que el Monumental contuviera el aliento: un cabezazo de un Palavecino solitario que rozó el palo izquierdo, y un intento de volea de Borja que pasó silbando cerca del travesaño. El calor de la afición no cesó, a pesar de un partido más trabado que bandera enriada.
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Reflexión de un entrenador apasionado
«No fue bueno lo que vimos», exclamó Gallardo, como quien dice una verdad incómoda en una reunión familiar. Y es que el entrenador, exigente como solo él puede ser, sabe que un triunfo no siempre cuenta toda la historia. Con un plantel que tiene el potencial de tocar el cielo con las manos, él espera nada menos que pasión y excelencia en cada minuto jugado.
A este equipo le queda seguir puliendo detalles, ajustar las piezas de su maquinaria, e intentar que en el próximo partido las emociones se alineen con el rendimiento. Porque River, al fin y al cabo, es más grande que cualquiera de sus flaquezas. ¡Vamos Millo, que lo mejor está por venir!