La Supercopa de España fue testigo de un partido en el que el resultado quedó en segundo plano frente a una derrota fuera del campo que indignó a todo el mallorquinismo. Tras caer 3-0 ante el Real Madrid, seguidores del RCD Mallorca denunciaron un escenario deplorable a la salida del estadio King Abdullah en Yeda. El fútbol, que debería ser un puente de unión, se convirtió en excusa para burlas y falta de respeto, incluso con acusaciones de tocamientos de índole sexual.
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Indignación en el entorno mallorquinista
La queja no tardó en surgir de las palabras de Cristina Palavra, esposa del centrocampista Dani Rodríguez, quien fue la primera en alzar la voz públicamente. No tenía pelos en la lengua cuando exigió que se ponga el foco en los incidentes que vivieron, tal y como se haría si se tratase de las grandes escuadras españolas. «La Federación Española tiene que dar seguridad a los aficionados porque pasamos miedo», declaró visiblemente molesta en una entrevista.
Testimonios de angustia
Sara Noguera, pareja de Morlanes, narró su experiencia con un tono que reflejaba enfado y preocupación. Ella y sus amigas fueron víctimas de un ambiente hostil donde las burlas y los empujones eran pan de cada salida del estadio, describiéndolo como «una locura».
Como en una peli de suspense, la situación se agravó hasta que un conocido del central Copete tuvo que intervenir físicamente para proteger a las acompañantes de un comportamiento inadecuado. La madre de Abdón Prats, igualmente afectada, expresó su temor e incredulidad ante lo vivido.
La experiencia de los abonados: entre la espada y la pared
Los aficionados que viajaron a Arabia Saudí gracias al sorteo del club también pintaron un cuadro sombrío de la experiencia. Miquel Llabrés, socio número 2.665, describió una travesía de angustia donde las mujeres llevaban la peor parte. «Fue una experiencia terrible, de lo peor que he vivido», narró con la solemnidad de quien ha pasado por una tormenta emocional.
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Joan Miquel Balaguer, otro socio, dijo que se sintió como si estuvieran en una caravana acosada, sin una gota de seguridad a la vista. Aunque no percibían violencia física inmediata, la impotencia les calaba hasta los huesos. La ironía radicaba en que mientras a los simpatizantes del Mallorca se les fotografiaba sin permiso, los que capturaban esas imágenes no veían mal en sus acciones.
En la brecha final hacia el autobús, más de doscientas personas persiguieron a los seguidores como un mar de olas deseando engullir al pequeño barco que buscaba refugio. En resumen, un partido de fútbol que debería haber sido una celebración acabó convirtiéndose en el eco de la indignación mallorquinista en tierras saudíes.